martes, 21 de diciembre de 2010

"Pan y vino"

Esta es una anécdota que HG Wells cuenta de su niñez. Como hemos dicho en entradas anteriores, su madre Sara era muy religiosa. De una educación tan centrada en la religión, solo hay dos alternativas: o se sale un meapilas, o ateo. Huelga decir que HG Wells entró en el segundo grupo, así como su difunta hermana en el primero.

Su madre insistía mucho en enseñarle el catecismo anglicano. Digamos que el niño Bertie se sentía torturado por su madre, aunque esto pueda ser un poco exagerado. Un día en que su madre estaba intentándo meterle en su cabecita cuales son los elementos de la Sagrada Comunión, él sabía que tenía que decir "pan y vino".

Pero los únicos vinos que el niño conocía eran el vino de jenjibre de las navidades y el vino de naranja que le daban para endulzar el mal trago del aceite de hígado de bacalao, del que su madre era casi tan devota como de Nuestro Señor. También conocía el vino de Oporto y el de cerezas que se le ofrecía, junto con unas galletas, a las amas de llaves que acudían a pagar la cuenta mensual.

Al niño se le ocurrió decir algo más realista como "pan y manteca" y soltar una carcajada. Por supuesto que en aquel entonces en la cultura inglesa el vino no era la bebida diaria sino la cerveza, y esto por razones climáticas evidentes. Los que hemos leído un montón de novelas inglesas del XIX sabemos que se ofrecía vino de Oporto o de Jerez a las visitas en copas pequeñas, lo cual apoya lo dicho en la frase anterior. Y la mantequilla si era habitual en las mesas británicas. Así que la ocurrencia del niño no era rara.

Sara Wells se enfadó, cerró el libro y dijo que no sabía lo que hacía y cuan terrible era lo que había dicho.

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