jueves, 5 de enero de 2012

Represión sexual

Fuente.

A finales del siglo XIX, en la pacata y reprimida sociedad británica, el sexo era visto como algo tan peligroso para la sociedad como un terrorista o un diario socialista.

A medida que ni mente se llenaba y se ampliaba fuera de Midhurst, empecé a resentirme de mi estado de privación sexual en el que vivía. Todos los jóvenes europeos y americanos vivían bajo el mismo estado de privación. No sólo sus mentes se veían afligidas por la dantesca historia del Dios-Ogro y su Infierno [respeto las mayúsculas del texto original aunque no correspondan], no sólo quedaban atrapados sin ayuda y de por vida en empleos laboriosos, tediosos, sin interés y sin esperanza, sino que además se les deniega las actividades más saludables y agradables del entretenimiento mutuo. Fueron atrapados por las prácticas ocultas y debilitantes y supresiones vergonzosas. Cada año, la edad para contraer matrimonio iba en aumento, el porcentaje de matrimonios caía y la diferencia de tensión e irritación entre el deseo y la satisfacción razonable se fue ampliando. En aquel kiosko en el camino a Landport donde veía y a veces compraba El Librepensador, a veces encontraba artículos sobre maltusianismo y en uno o dos números encontré un animado debate entre Platt y Ross. El juicio Besant Bradlaugh había ocurrido en 1876 y la luz de la cordura se desintegraba gradualmente en los oscuros lugares de la vida sexual inglesa. Tal vez hubo una fuerte creencia en que los nacimientos se podían controlar totalmente, pero los hechos no daban garantías. Ahora bajo el estímulo de la Utopía de Platón y mis deseos acelerados, empecé a preguntarme en mi imaginación qué deseaba de las mujeres.

Deseaba y necesitaba sus abrazos y hasta donde yo podía entender, ellas necesitaban y deseaban los abrazos de los hombres. Se me ocurrió el descubrimiento de la ridiculez de una nueva vida que ya se estaba viviendo en mí, que había millones de jóvenes en el mismo estado de incertidumbre y malestar sexual que yo, incapaces de librase con ternura y sinceridad de estas preocupaciones. Pero yo no quería una epidemia de matrimonios. No había el más mínimo deseo de formar un hogar o tener hijos ... En las vidas libres y los amores libres de los guardianes de La República [de Platón] encontré la valor que necesitaba para dar a mis deseos una forma sistemática. Actualmente encontré un nuevo respaldo a estos proyectos tentativos en Shelley. A pesar de toda la realidad visible sobre mi, de la ley, la costumbre, el uso social, las necesidades económicas y la psicología inexplorada de la mujer, desarrollé mi fantasía adolescente de una mujer libre, ambiciosa e independiente que fuera mi compañera y pudiera seguir su camino al mismo tiempo que yo seguiría el mío. Nunca había visto u oído hablar de una mujer así; yo las había creado a partir de mi conciencia interna.


Dos apreciaciones:

  1. con maltusianismo en el primer párrafo Wells se refiere a los métodos de controles de natalidad, que a fines del siglo XIX y principios del XX empezaban a mejorar;

  2. Wells se casó dos veces, y ninguna de sus dos esposas casaba con el retrato que aquí realiza de su mujer ideal. Sin embargo, varias de sus amantes si cuadraban con él. Entre ellas hubo feministas y propagadoras de los métodos anticonceptivos.

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