Enlace.
En este párrafo, Wells se refiere dos veces a ventana. La primera, en singular. La segunda, en plural. Estas últimas, son sin duda, las del establecimiento. La primera, en singular, era, según creo, esa ventanilla que los cajeros tiene con un agujero para pasar el dinero. Yo le puse el diminutivo, ventanilla, ya que el original pone window a secas.
Lo primero que me llamó la atención es el tema de la música. Al leer estas páginas desde la segunda década del siglo XXI, donde adolescentes y jóvenes andan por la calle absortos en la música de sus móviles, Wells comparara las gramolas, pianolas y la radio como un gran avance con respecto a su niñez, donde carecían del disfrute diario de la música.
El segundo hecho que llama mi atención es el reconocimiento de su caracter vanidoso: "Mi vanidad, supongo, ha borrado todos los otros detalles humillantes de mi memoria."
Y lo tercero, vemos como Wells tenía un caracter obstinado que le llevó a superar todos los obstáculos (el de esta entrada del blog solo fue el primero) en su camino de superación personal. Evidentemente, él no estaba hecho de la pasta necesaria para llevar una vida rutinaria de dependiente de una tienda de telas.
Aportado por compinchados.
"Estaba sentado en la carreta de tío Pennicott, con una pequeña maleta conteniendo todos mis bienes terrenales, y bajamos en la puerta lateral del establecimiento de los Srs. Rodgers y Denyer. Fui llevado por una pequeña escalera al dormitorio de los hombres, en el cual habían ocho o diez camas y cuatro miserables lavabos, y me mostraron un triste saloncito con una ventanita abierta en una pared blanca en la que los aprendices y ayudantes podían sentarse al anochecer. Después fui llevado escaleras abajo a un comedor subterráneo, iluminado por una lámpara de gas desnuda y amueblado con dos largas mesas cubiertas con un mantel americano, donde el almuerzo estaba servido. Después de la comida, fui llevado a la tienda, y particularmente al mostrador de la caja, donde se había arreglado que yo realizara mi aprendizaje. Yo tenía que sentarme en un taburete alto, recibir el dinero, dar el cambio, anotar la cantidad en la hoja y estampar el sello en el recibo. Fui instruido en el ritual de quitar el polvo y limpiar la ventanilla. Yo tenía que bajar a las siete y media, quitar el polvo, limpiar las ventanas, tomar un desayuno de pan con mantequilla a las ocho y media, preparar mi hoja de caja, y así era la rutina diaria. Tenía que sumar la hoja al final del día, contar el dinero de la caja, hacer la hoja y el conforme de caja, ayudar a barrer la tienda, ayudar a envolver las telas y barrer, y así escapar a las siete y media o a las ocho a beber los placeres de la libertad hasta las diez, hora en la que tenía que estar dentro. Las luces se apagaban a las diez y media. Y así era el día a día, excepto un día a la semana que cerrábamos a las cinco, y el domingo, que era el día libre."
En este párrafo, Wells se refiere dos veces a ventana. La primera, en singular. La segunda, en plural. Estas últimas, son sin duda, las del establecimiento. La primera, en singular, era, según creo, esa ventanilla que los cajeros tiene con un agujero para pasar el dinero. Yo le puse el diminutivo, ventanilla, ya que el original pone window a secas.
No me levanté de esas demandas sobre mi. Mi mente se retiró de mis obligaciones. Hice todo lo posible por seguir viviendo dentro de mi y dejar que mis obligaciones se resolvieran por si mismas. Mi disposición para soñar despierto aumentó [...] Contrabandeaba libros en mi escritorio o resolvía problemas algebraicos en mi pupitre de mi maltratado Tratado Todhunter Grande. Yo daba el cambio distraído y, por lo general, daba una cantidad inexacta, y daba entrada a cifras inexactas en la hoja de salida de caja con absoluta dejadez.
El único momento brillante de la jornada era cuando los pífanos y tambores de la Guardia Real pasaban por delante de la tienda en su camino al Castillo. Estos pífanos y tambores me llevaban de nuevo al campo de batalla. Jinetes con despachos llegaban a la vanguardia desde una tierra de ensoñaciones, sin tolerar ninguna negativa del palafrenero: "¿Está aquí el General Bert Wells? Los prusianos han llegado".
Me doy cuenta de que obedecía todos los impulsos de una claustrofobia en desarrollo durante esta primera fase de mi servidumbre. Abandonaba mi escritorio a hurtadillas y bajaba a la bodega, donde pasaba un tiempo desmesurado sentado en un lugar conveniente entregado a la reflexión y a la lectura. O simplemente me quedaba allí abajo sentado escondido tras un montón de balas sin desembalar.
Al caer la tarde, a la hora del juicio final, era cuando sumaba la hoja de caja. Nunca, ni por caualidad, esta correspondía con el dinero en la caja. Tenía que haber una comprobación de cuentas, una comprobación de las cifras. Las sumas eran un trabajo pesado. Al principio, los errores eran pequeños. Después de unas semanas, había una constante falta de dinero. El cajero jefe y uno de los socios, que se dedicaba a la correspondencia comercial y lo supervisaba todo, se quedaban hasta tarde intentando resolver el problema. Estaban impacientes y hacían numerosos reproches. Tenía que quedarme muy a menudo completamente apático. O yo daba el cambio en exceso o, de alguna manera, el dinero se diluía. Y no me importaba nada.
Siempre había odiado el dinero y las largas sumas, y ahora, detestaba ambos. Sólo deseaba salir fuera de aquella tienda antes de que se hicieran las diez y tuviera que volver. No me daba cuenta de las terribles sospechas que se cernían sobre mi cabeza, ni de la tentación que mis errores ofrecían a cualquier persona que tuviera acceso a mi escritorio durante mi ausencia en las comidas o en cualquier otro momento. Nadie pensó en ello, excepto quizás, el cajero jefe.
Todas las noches que cerrábamos pronto, cada domingo, en cada oportunidad que tenía, me iba a Surly Hall y me refugiaba con mis primas. Me iba alegremente y volvía con pies pesados. Allí no quería hablar del trabajo, y cuando me preguntaban, escapaba diciendo: "Está todo bien", y cambia de tema hacia otros derroteros más agradables. Caminaba las dos millas largas desde Windsor, tanto a la ida como a la vueltapor tan solo un par de horas de ensueño que pasaba allí. Mi prima Kate y Miss King tocarían el piano y cantarían. Después me hablarían como si yo fuese la persona más amada sobre la tierra. Allí era el más estimado e inteligente, y las cosas más extrañas que decía eran aplaudidas. Mis primas, encantadas con mi agradecimiento, cantaban "Dulces caras de ensueño" y "Juanita" [en español en el original] exclusivamente para mi, y yo me sentaba en un taburete cerca del piano en un estado de absorta apreciación, bajo el haz de luz de la lámpara, relajado y confortable.
En este mundo de gramolas, pianolas y radios, vale la pena señalar que yo, a los trece años no había escuchado más música que las bandas ocasionales, una música no muy buena de himnos cantados por voluntarios o el órgano tocado por voluntarios en la iglesia de Bromley y aquellas canciones cantadas al piano en Surly Hall.
Entonces vino una terrible inquisición a la tienda. Casi me acusaron de todos los hurtos. Pero mi tío Tom me defendió firmemente. "Será mejor que no vaya diciendo cosas como esas", decía mi tío Tom, y de hecho, salvo una continúa falta en la caja, no había contra mi ninguna evidencia. Yo no tenía vicios caros, no tenía socios criminales, mis ropas estaban extremadamente desgastadas y sucias. Nunca encontraron en mi poder dinero marcado -si lo usaban realmente- o incluso ningún dinero, excepto mis seis peniques semanales que me permitían tener como dinero de bolsillo, y mi comportamiento fue uno de los más inconscientes, pero de convincente rectitud. En realidad nunca me di cuenta plenamente de todo aquel alboroto hasta que este estuvo sobre mi. El hecho es que, como empleado del mostrador de caja, había filtraciones de la caja, y alguien, supongo, se había apoderado de la misma.
Era también evidente de que yo eludía todas mis otras tareas. Y mientras mis comienzos en la vida fue así de vacilante, yo tenía algún tipo de problemas con el portero joven, lo que resultó en una mala reputación para mí. Fue una grave violación de las convenciones sociales que un aprendiz se pusiera a pelear con un portero. Tuve una gran dificultad para explicar, para mi propia satisfacción, esa mala reputación en Surly Hall. Además, las ropas con las que llegué a Windsor eran cualquier cosa menos elegantes, y a Mr. Denyer, el más animado de los socios, cada vez le gustaba menos mi aspecto. Vestía un gorro de terciopelo negro con un pico, un terrible error. Cada vez era más evidente que el primer intento de mi madre de darme un primer comienzo en la vida había fracasado. Yo no estaba en el punto de partida. Yo no estaba debidamente equipado, dijeron los señores Rodgers y Denyer, lo cual era cierto, para ser un pañero. Yo no era suficientemente refinado.
No recuerdo en absoluto que en Windsor hiciera el más mínimo esfuerzo por hacer lo que se esperaba de mi. No era tanto una resistencia como una animaversión. Es extraño que, aunque me quedé un par de meses en ese lugar, no recuerdo el nombre de un solo individuo, excepto uno llamado Nash, que resultó ser el hijo de un pañero de Bromley y que llevaba unos grandes bigotes. Pero todas las otras figuras que se sentaron conmigo en el comedor de la planta baja son ahora figuras en blanco. ¿Les miré? ¿Les escuché? Tampoco puedo recordar las posiciones de las cajas o de las mercaderías en la tienda. No hice amigos. Mr. Denyer, Mr. Rodgers el joven y Mr. Rodgers el viejo dejaron impresiones en mi, porque ellos eran como grandes cabezas de pantominas siempre vigilándome y diciéndome cosas desagradables, y yo siempre huía de ellos. Yo no le gustaba a nadie. Pienso que les caía mal a todos en aquel lugar, y me veían como un cansino y aburrido desajuste que causaba problemas, y que nunca compartía, que siempre estaba ausente caundo se le buscaba o en medio cuando no se le necesitaba. Mi vanidad, supongo, ha borrado todos los otros detalles humillantes de mi memoria. Ni siquiera recuerdo si me sentía a disgusto con mi fracaso. Todo parece borrarse de mi memoria sin remedio. Y, sin embargo, mis recuerdos sobre mis vagabundeos nocturnos a lo largo de la carretera de Maidenhead, que tomaba siempre que podía, son todavía reales y vívidos para mí. Podría dibujar un mapa de todo el camino que baja la colina y atraviesa Clewer. Podría enseñar donde la carretera se ensanchaba y donde se estrechaba.
Como la mayoría de los niños desnutridos de crecimiento retardado, yo era cobarde, y encontré que el último tramo de Clewer a la posada era oscuro y solitario. Era negro en las noches sin luna, y a menudo el río era brumoso. Mi imaginación pobló los campos oscuros de enemigos agazapados que me perseguían. Los trozos de setos mal recortados adquirían formas formidables. En ocasiones echaba a correr. Durante una semana o así, el camino estuvo encantado con el rumor de una pantera que se había escapado de la casa de Lady Florence Dixie, en las pesquerías. La pantera me esperaba pacientemente, me seguía sigilosamente, esperando su momento. Una noche, un caballo durmiente al otro lado del seto dio un profundo suspiro, y eché a correr asustado.
Pero nada de esto me apartaba de ir a Surly Hall cada vez que podía, donde algo estimulaba mi imaginación y mantenía mi dignidad. Yo me aferraba inconscientemente a mi mundo de libros, la expresión artística y la vida creativa mucho antes de que conscientemente me diera cuenta de que las exigencias laborales, las economías del empleo y el beneficio privado querían separarme. Y nada de lo que mi madre y mis primas pudieran decirme para animarme a fijar mi atención en aquellos trozos de papel con duplicados de carbón que me deslizaban por la ventanilla de la caja servía de nada.
"Una once y medio, dos y seis, Dese prisa, por favor".
Lo primero que me llamó la atención es el tema de la música. Al leer estas páginas desde la segunda década del siglo XXI, donde adolescentes y jóvenes andan por la calle absortos en la música de sus móviles, Wells comparara las gramolas, pianolas y la radio como un gran avance con respecto a su niñez, donde carecían del disfrute diario de la música.
El segundo hecho que llama mi atención es el reconocimiento de su caracter vanidoso: "Mi vanidad, supongo, ha borrado todos los otros detalles humillantes de mi memoria."
Y lo tercero, vemos como Wells tenía un caracter obstinado que le llevó a superar todos los obstáculos (el de esta entrada del blog solo fue el primero) en su camino de superación personal. Evidentemente, él no estaba hecho de la pasta necesaria para llevar una vida rutinaria de dependiente de una tienda de telas.
Aportado por compinchados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario