miércoles, 29 de junio de 2011

Mancebo de farmacia

Fuente.

No conozco como tuvo mi madre la idea de hacer de mi un farmacéutico. Pero esta fue la siguiente carrera hacia la cual fui en esta ocasión dirigido (yo y mi pequeña maleta). Solo pasé un mes entre aquellos cajones con placas doradas en su frente y entre las botellas, de Mr. Cowap, en Midhurst, rodeado de pastillas antibilis y de ruibarbo, con una docena de sifones de soda, peleando con la escoba, donde aprendí a vender medicinas, quité el polvo a las botellas de colores, al busto de Hahnemann, que distingue los remedios homeopáticos, y las preparaciones veterinarias (distinguidas por el caballo blanco), y no creo que sea necesario dedicar aquí mucho espacio a él y a su alegre y divertida mujer, sobre todo al haberlos ya descrito a ambos como tío y tía Ponderevo en Tono Bungay. Cowap, como Ponderevo, realmente inventó un jarabe para la tos al que llamó Cough Linctus, aunque nunca consiguió, como mi héroe, su expansión comercial. Pero esta vez obtuve satisfacción, y fue a mi iniciativa, y no a la de mi empleador, que abandoné la química farmacéutica como vocación. Hace tiempo que los detalles del coste de mi capacitación como asistente y distribuidor farmacéutico se me escaparon. Pero llegué a la conclusión de que el coste de mi aprendizaje estaban más allá de los recursos limitados de mi madre. Se lo señalé a mi madre, y ella me dio la razón a la luz de las cifras que le presenté.

Yo era reacio a abandonar este comienzo porque realmente me gustaba aquella pequeña y brillante tienda, con sus cajones llenos de escilas y vainas de sena, flores de azufre, carbón vegetal y otras cosas igualmente curiosas. Midhurst había sido la ciudad de mis abuelos, y esto me dio la sensación de haber pertenecido allí. Era un lugar real en mi mente, y no una extensión mórbida de población, como Bromley. La escuela, las tiendas, la oficina de correos y la iglesia fueron agrupados en las relaciones comerciales comprensibles, tenían un comienzo, un lugar al medio y un final. No conozco ninguna zona comparable con Sussex Oeste, salvo los Cotswolds. Tiene su propio color, un color agradable similar al de la piedra arenisca iluminada por el sol y del mineral de hierro, un cálido sabor a campo abierto a causa de los parques y de los bosques comunales de pinos. Midhurst estaba a unas tres horas de Uppark y yo recuperé mi autoestima.
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