Sin embargo, y de modo muy inteligente, Wells emplea la figura del
hombre invisible para desarrollar una crítica del capitalismo, pero creo
que su crítica falla. Por una razón, su objetivo es más amplio de lo
que él cree. En gran parte de El Hombre Invisible, Wells no está
criticando el capitalismo en general, sino la modernidad en general. Los
aspectos de la vida que él cuestiona — organizaciones en gran escala,
la existencia urbana, las masas de gente, el cosmopolitismo y el
comportamiento racionalista y anti-tradicional — caracterizan a todos
los regímenes modernos, a los socialistas tanto como a los capitalistas.
En todo caso, el capitalismo reduce los efectos negativos de la
sociedad de masas mediante la dispersión del poder económico y la
preservación de los bolsillos privados como resistencia al Estado
Leviatán. La experiencia de las comunidades socialistas en el siglo XX
sugiere que, en una economía central planificada, de hecho los seres
humanos es más probable que se sientan como ceros, con sus derechos a la
propiedad y a la iniciativa privadas eliminados. En cuanto al punto de
Wells sobre el consumo capitalista se basa en una falsa analogía. Nada
en el mundo real corresponde con las dificultades que Griffin encuentra
en disfrutar lo que toma, que es totalmente peculiar de la situación
en que se encuentra como hombre invisible. De hecho, muchos
consumidores bajo el capitalismo quieren que su consumo sea visible.
Desde Thorsten Veblen, los críticos del capitalismo se han quejado del
"consumo conspicuo". Wells quizás tenga en su punto de mira una crítica
del consumo capitalista, pero el vehículo particular de ficción que usa
no hace nada para demostrarlo.
En efecto, la metáfora
central de Wells no funciona en un aspecto tan fundamental que evita la
necesidad de una refutación detallada, punto por punto, de su posición.
Sólo hay un Hombre Invisible en la historia de Wells. Lejos de
funcionar como un sistema de mercado, él disfruta del monopolio, lo opuesto al mercado libre. De ahí
que él opere sin los controles y equilibrios que son vitales para la
idea de Adam Smith de la mano invisible. Smith nunca ha negado que los
seres humanos son egoístas. Pero el punto crucial es que, las personas
individuales son tan egoístas como pueden, y por ello, el egoísmo hace que el sistema de mercado funcione porque
el egoísmo se ve forzado a servir al bien común. Por ello, la parábola
de ciencia-ficción de Wells falla al testear los principios económicos
de Smith. De hecho, Smith estaría de acuerdo en que hacer un hombre
invisible le convertiría en un monstruo de egoísmo, porque le pondría
fuera de la disciplina normal de mercado, donde los hombres de negocios
se mantienen vigilados los unos a los otros precisamente porque cada
uno puede observar las acciones de los otros, siempre buscando alguna
ventaja competitiva. En Smith, el empresario individual no es
invisible. Es más, en su funcionamiento, la mano invisible depende de la
visibilidad de los hombres de negocios cuando se encuentran en la
competencia abierta.
Por lo tanto, prefiero
concentrarme, no en analizar la lógica de la posición de Wells, que es
débil, sino en los motivos que hay detrás de su hostilidad a la economía
de mercado. Lo más peculiar de los aspectos de El hombre invisible
es el atavismo de la posición de Wells. Él se pone del lado de los
pueblerinos contra el genio científico, Griffin. De hecho, Wells parece
culpable de nostalgia política y económica en el hombre invisible,
mirando hacia atrás con nostalgia a una edad anterior y más simple,
donde las comunidades eran más pequeñas, los intereses personales
estaban entrelazados y los seres humanos podían contar con la
cooperación de los demás para solucionar sus problemas. Fundamentalmente
Wells desconfía de la visión central de Smith y de la economía
capitalista: que el mercado proporciona una forma de racionalizar las
actividades productivas de los seres humanos sin la necesidad de una
dirección central, o incluso, sin que los autores se conozcan
personalmente.
Wells comparte las sospechas y los
temores que normalmente aterran a los ciudadanos de las comunidades
premodernas y poco desarrolladas. Como Friederick Hayek argumentó en La arrogancia fatal, para esta gente las operaciones de la economía
de mercado parecen mágicas. El comerciante, el empresario, el financiero
— todos estos autores básicos en la economía de mercado — producen
aparentemente riqueza de la nada, y por ello, para el hombre común,
parecen hechiceros. Y aunque parezca increíble, a todos los primeros
economistas de los siglos XVII y XVIII, opinaban lo mismo que Wells. Por
ejemplo, Richard Cantillon (1680-1734), en su obra Ensayo sobre el comercio en general, consideraba que sólo la tierra y el trabajo agrícola son productivos.
Ni siquiera el trabajo aplicado sobre los productos agrícolas para
producir bienes no agrícolas, por ejemplo, el cuero vacuno y el trabajo
del artesano para producir zapatos o botas, son considerados productivos.
En la misma línea está el pensamiento de la escuela francesa de los
fisiócratas. Fisiocracia proviene del griego y significa "gobierno de la
naturaleza". Sólo el trabajo humano aplicado sobre la naturaleza es
productivo. Los fisiócratas consideraban al resto de los trabajadores
(sirvientes, artesanos, comerciantes, etc.) como improductivos. Sin
duda, tanto el primero como los segundos estaban fascinados por el aparente milagro de la naturaleza de que el agricultor siembra un puñado de semillas y recoge
cientos. No fue hasta que Adam Smith publicó La riqueza de las naciones
cuando se estableció que el trabajo en todos los sectores productivos
de la economía, y no sólo en la agricultura, proporcionan todas las cosas necesarias y convenientes para la vida, es decir, riqueza. Sólo hasta la publicación de Los principios de economía política de David Ricardo
se empieza a reconocer, y como una excepción de la regla general, que
las máquinas y herramientas, es decir, el capital físico, son también productivas y, que no se produce lo mismo trabajando con una máquina moderna que con otra anticuada y obsoleta. Para Marx, sólo el trabajo es productivo y, por ende, los
beneficios son una extracción ilegítima que los capitalistas hacen a los
trabajadores. Por ello, la creencia común durante siglos de que los
banqueros y empresarios obtienen dinero de la nada costó mucho de
desarraigar. Y eso a pesar de que durante el siglo XV, muchos
comerciantes se quejaban de que no había suficientes monedas de oro y
plata en circulación para sus actividades comerciales y que, en muchas
ocasiones, no podían cerrar operaciones sino era con pagarés de los
primeros banqueros (orfebres en centro y norte de Europa, cambistas en
la península ibérica). Si no hubiese sido por estos pagarés, que estos
protobanqueros emitían y garantizaban con su firma, el comercio se
hubiese paralizado durante el siglo XV. Esta falta de metales preciosos
acabó con el descubrimiento del Nuevo Mundo y, al final, pasó
desapercibida a los primeros economistas que hemos detallado. Pero hasta
que esto sucedió, los comerciantes aceptaban de otros comerciantes los
pagarés sin fecha de vencimiento (a la vista) de mala gana y a
regañadientes emitidos por un banquero como pago de la transacción comercial. La alternativa a aceptar estos pagarés. aún a riesgo de
no cobrarlos nunca, era no vender y, por lo tanto, no hacer negocio. Pero estos pagarés pasaban de mano en
mano, y casi nunca se redimían o cobraban en monedas de oro o plata.
Era pues, una economía fiduciaria en gran parte.
Como
hemos visto, Wells comparte con el hombre común la sospecha de que los
banqueros, comerciantes y empresarios son improductivos, que mantienen
el secretismo en sus negocios, que todo lo que se mueve alrededor del
dinero pertenece a otras personas, que su adquisición de dinero es,
básicamente, una forma de robo y que viven a costa del trabajo de otros.
Como mucha gente, Wells no puede entender o apreciar la contribución
especial que el empresario hace al bien de la economía en su conjunto.
En Una utopía moderna hace la reveladora declaración de que "el comercio
es un adios a la produccción y no es un factor esencial de la vida
moderna." De hecho, el empresario, por el conocimiento especial de las
condiciones de mercado y su disposición a asumir riesgos en un mundo
incierto, hace posible que los bienes estén disponibles donde y cuando
la gente los necesita. Cualquiera que crea que los empresarios no ganan sus beneficios está, en esencia, afirmando que vivimos en un mundo libre de riesgos.
Al
igual que muchos ingleses del siglo XIX con inclinaciones socialistas,
Wells tuvo problemas en aceptar el aparente desorden del complejo sistema
de la economía de mercado, que opera precisamente dispersando el
conocimiento económico, el poder y el control. Wells no era abiertamente
nostálgico del sistema feudal como lo fueron Thomas Carlyle y William
Morris pero, sin embargo, si volvió a ciertas formas de pensar
medievales al mostrar una insistencia en que el orden tiene que ser
impuesto en la sociedad desde arriba — sólo con líderes dirigiendo la
actividad económica desde el centro puede la economía tomar una forma
racional. A Wells no le gusta la idea de un carácter impersonal que opera fuera de
cualquier actividad central y, por lo tanto, más allá de cualquier
control centralizado. El hombre Invisible personifica todo lo que
a Wells le disgusta en el orden espontáneo del mercado. Griffin es, al
menos, un ser humano impredecible. Puede aprecer en cualquier lugar y en
cualquier momento y poner una traba en el plan de gobierno más
elaborado. es más, él es la pesadilla del peor burócrata: ¿como se puede
reglamentar a un hombre al que ni siquiera puedes ver?
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