lunes, 7 de mayo de 2012

El Hombre Invisible y la Mano Invisible V

En un punto en que el honbre invisible amenaza con eludir el control de las autoridades, momentáneamente escapa también del control de Wells como novelista. En el capítulo 26, Griffin se vuelve también invisible para su autor. Hasta ese punto, Wells ha mantenido, en general, la postura de un narrador que todo lo sabe, capaz de contar todos los movimientos de su personaje, e incluso, para darnos acceso a sus pensamientos más íntimos. Pero de repente pierde de vista a su propia creación:

A partir de entonces, el hombre invisible pasó de las percepciones humanas. Nadie sabe donde fue o lo que hizo.  Pero uno puede imaginarle corriendo a través de la cálida mañana de junio... refugiánsose... entre los matorrales... Ese parece el refugio más probable para él... Uno se pregunta cual pudo ser su estado de ánimo durante ese tiempo y que planes ideó... En cualquier caso desapareció del conociminento humano sobre las doce del mediodía y ningún testigo vivo puede decir hasta alrededor de las dos y media.

Este es un momento extraño en la ficción de Wells. Éste, por lo general, cuenta sus historias de un modo directo, no reparando en temas de perspectiva o puntos de vista. Pero aquí llama la atención sobre la ficción de su historia, y de hecho, en el resto de este capítulo, se presenta a sí mismo como un narrador limitado que se ve forzado a recurrir a la especulación: "No conocemos nada de los detalles del encuentro" o "Esto es una pura hipótesis". Wells parece a disgusto en esta nueva situación. Por una vez, no está en el control total de su historia. No puede proporcionar toda la explicación de la acción en la que normalmente se deleita. Gracias a la capacidad de substraerse del hombre invisible, la propia historia de Wells amenaza de convertirse en un misterio para él.

En este momento un poco raro de la historia, podemos hacernos una idea de lo que une a Wells el novelista con Wells el socialista: ambos creían en la planificación central. Como escritor, Wells elaboraba el argumento de sus novelas cuidadosamente, así como mantenía un control estricto de su estructura. Incluso entre los novelistas, se le ha considerado, al menos en sus primeros trabajos de ciencia-ficción, por la delgadez de sus argumentos y por mantener un control estricto sobre sus cuestiones temáticas. Casi nunca concede libertad a sus personajes. Estos sólo existen para llevar a cabo su plan y realizar sus ideas. Una razón por la que Wells no ha sido el favorito entre los críticos literarios es que sus novelas golpean a muchos de ellos con la temática didáctica y técnicamente no sofisticada — lo que es lo mismo que decir que él no está por la especie de ficción modernista que otorga una cierta autonomía a sus personajes y a sus puntos de vista. El mundo de una novela de Wells puede ser asediado por el caos y cataclismos — en los que mueren soles, los hombres-bestia se rebelan, nos invaden los marcianos y hay insectos gigantes fuera de control — pero sus libros mismos están siempre bien ordenados y claramente bajo el control del autor.

Esta obsesión por el control parece haberla trasladado Wells a su actitud hacia la política y la economía. Él espera que la sociedad sea lo más ordenada y planificada centralmente posible, como cualquiera de sus novelas. Como novelista, Wells siempre buscó el final más habilmente trazado que tomaría forma de una vez y para siempre. Pero en el mercado libre, las historias no se resuelven de la forma clara y ordenada en que lo hacen en las novelas bien escritas. El mercado está siempre cambiando, continuamente  adaptándose a los deseos cambiantes y a las actitudes de los consumidores. Por ello, a Wells le desagrada el mercado. Como el de muchos artistas, el socialismo de Wells tiene una dimensión estética. Como novelista, Wells tiene un modelo de orden constántemente delante de si: si la novela tiene una forma, la razón es que una sola consciencia ha planeado el trabajo. La aversión de Wells por la contingencia le previene contra el orden espontáneo de la ecomía de mercado. Él estaba acostumbrado a la perfección estática de una obra de ficción, en la que nada se deja al azar y el autor toma la responsabilidad de atar todos los cabos sueltos antes de llegar a la conclusión. Al hablar de su propio temperamento en Una utopía moderna, Wells describe como que "le posee el mero placer de mantener y controlar todos los hilos." Este ideal de control proporciona un modelo excelente para la ficción (una historia trazada con tensión), pero un mal modelo para la sociedad (el totalitarismo).

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