miércoles, 15 de junio de 2011

Mis reflexiones sobre las reflexiones de Wells


Como aficionado a la historia y a la literatura, siempre me ha interesado las condiciones laborales durante la primera y segunda revoluciones industriales británicas. Y como economista, siempre me ha interesado lo que la literatura económica de su tiempo decía sobre el tema. La mayoría de los escritores británicos pasaban del tema, y HG Wells lo toca, como hemos visto en la entrada anterior, solo desde el punto de vista de la educación, y no desde el de los derechos humanos. Pero, por ejemplo, Arthur Conan Doyle nunca, que yo sepa, hizo referencia al tema. Tampoco Agatha Christie, Jane Austen, Oscar Wilde, las hermanas Bronte o George Bernard Shaw, entre otros. Sólo Charles Dickens, y porque su padre fue encarcelado y se tuvo que poner a trabajar a la edad de 12 años en jornadas de 10 horas diarias en una fábrica de betún para calzado, incluyó el tema en su famosa novela Oliver Twist.

Desde el punto de vista de los economistas clásicos británicos del diecinueve, el trabajo es una mercancía más, y por lo tanto, sujeta a las leyes de la oferta y demanda. Si aumentamos los salarios por encima del mero nivel de supervivencia física, los trabajadores se dedican al "vicio" y su número aumenta más que los medios de subsistencia. Es la famosa ley de Thomas Robert Malthus (la sustitución de sexo por vicio es de él) de que la población crece según una progresión geométrica, y los medios de subsistencia, en una progresión aritmética. Al aumentar los salarios, crece la población, y por la ley de Malthus, crecen la miseria, el hambre, las enfermedades, y se produce un proceso contrario, la población y los salarios disminuyen por debajo del nivel de subsistencia física. Así pues, cualquier intento de elevar los salarios, a la larga, produce el efecto contrario. Por ello, los autores clásicos ponen el énfasis en la prohibición legal de los sindicatos para evitar que los salarios suban. En este enlace se puede leer lo mismo explicado de otra manera (ley de hierro de los salarios). El argumento fue reforzado por David Ricardo, al añadir la ley de los rendimientos decrecientes en la agricultura, por la cual, al aumentar la población, la productividad en la agricultura disminuye y los alimentos se encarecen, y lleva al hambre a millones de personas. Esta ley fue aceptada, a diferencia del maltusianismo, por Marx.

En el libro de Frederich Engels, La situación de la clase obrera en Inglaterra, de 1845, (una traducción al español disponible en este enlace) se puede leer la vívidas descripciones del autor sobre el hacinamiento, el hambre, la polución atmosférica (curiosamente descrita como niebla en la literatura inglesa del diecinueve), la carencia de ropas para afrontar el riguroso invierno, el desamparo de las viudas, la gran procreación de las familias proletarias, las poca salubridad de los barrios obreros, 50 mil indigentes sin techo, los "pequeños hurtos" de los niños en las tiendas de comestibles para saciar el hambre, miles de mujeres condenadas a la prostitución callejera, etc. Recoge informes policiales y judiciales sobre el tema.

Por si alguno considera a Engels como tendencioso, Robert Owen (1771-1858), un socialista utópico considerado como padre del cooperativismo, y por ello nunca fue sospechoso de querer destruir el capitalismo, sino de reformarlo, prohibió en su molino textil de New Lanark (Escocia), que los niños de menos de 10 años trabajaran, y ello se consideró como una norma avanzada socialmente. También proporcionó a los niños clases escolares por la tarde.

La primera Ley de Fábricas (Factory Act) de 1802 prohibió que los niños de 9 a 13 años trabajaran más de 8 horas diarias, y los adolescentes entre 14 y 18 debían trabajar un máximo de 12 horas. Los niños no debían dormir más de dos en una sola cama. La Ley de Fábricas de 1878, que fue sustituida por la de 1891, por lo tanto estaba en vigor en 1880, establecía que ningún niño debía trabajar con menos de 10 años, y que los chicos de 10 a 14 años debían ser empleados sólo durante media jornada. Por lo visto no era muy respetada, porque HG Wells trabajó trabajó, como hemos visto, más de media jornada.

Las vivencias de HG Wells sobre su primer encuentro con el mundo laboral se podría definir como agridulce. Dulce porque pudo ser peor, porque no tuvo que arriesgar su vida trabajando en minas o fábricas donde la falta de seguridad era la norma general; agria por las razones explicadas por el propio autor. La experiencia sufrida por el propio Wells fue, sin duda, muy amarga, pero pudo ser peor.

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