domingo, 4 de diciembre de 2011

El sexo a los 17 años

Fuente.

Esta y las anteriores entradas ocurrieron durante el año 1883-4, es decir, cuando Wells tenía 17 años. En septiembre de 1884 cumplió los 18, y acudió a la Universidad de Londres. Pero antes tuvo que pasar el verano con su padre, pues en Up Park ya no le permitieron más estancias. Pero antes de narrar eso en su autobiografía, habla de uno de sus temas favoritos de su adolescencia: su obsesión, como todo adolescente varón que se precie, por el sexo.

Las urgencias sexuales se volvieron más insistentes en mi, conforme mi salud mejoraba y mi coraje aumentaba. Habían habido una gran cantidad de conversaciones obscenas e indecentes detrás de los mostradores de Southsea, pero como las conversaciones procaces de mis antiguos compañeros de escuela de Bromley, eran más bien burlonas y curiosas en vez de amorosas. Disipaban más que estimulaban el deseo. Mi mente estaba casi completamente desconectada de esa corriente de inmundicia no muy perjudicial de mis primeros años, pero en la pañería se producía un cierto grado de coqueteo con las aprendizas y las dependientas, más bien a la manera de posturas de cortesía y galantería que había aprendido de mis primas y sus galanes en Surly Hall. Ellas atraían a los aprendices y les profesaban un cariño fraternal con el fin de disponer de ellos como escolta, acompañantes y similares, pero esas relaciones nunca llegaban a los besos y a las caricias. Por lo que a mi concierne, la "buena figura" de aquellos tiempos, con sus corsés ajustados, su polisón acolchado detrás, su seno unido en una sola pieza e inclinado hacia adelante, su "curvatura griega" inclinada hacia detrás, apenas significaban nada más para mi que mis Venus de profundo pecho y mis Britannias que habían despertado mi conciencia sexual. La generación de hoy en día [1934] apenas puede darse cuenta de lo tapadas que iban las mujeres de entonces, desde los pies hasta el cuello, y el cuerpo de la mujer era ocultado de la observación masculina. Los hombres acudían a los music-halls por el simple placer de ver brazos, piernas y contornos femeninos. Pero yo no tenía dinero para ir a un music-hall.


El polisón (o sígueme) era un armazón que las mujeres usaban para acrecentar el volumen de la cintura para abajo, y la crinolina era esa pieza acolchada que las mujeres llevaban en el pompis bajo el vestido. Ambos eran de origen francés. Ambos, junto con el corsé ajustado al máximo a la espalda, tenían el propósito de acrecentar la estrechez de la cintura. Ya que a las mujeres les era vetado mostrar mas arriba de sus muñecas y de sus tobillos, la coquetería femenina tenía que buscar algún tipo de salida. Los vestidos de las señoritas tenían que ser, de la cintura para arriba, ajustados al cuerpo, y de la cintura para abajo, con el mayor volumen posible. Las jóvenes casaderas buscaban la cintura de avispa. Curiosamente, aún hoy, algunas mujeres se extraen algunas de las costillas inferiores (las falsas costillas) para acrecentar ese efecto. Pero entonces no había más manera de usar la ropa para conseguir ese efecto. Estuvieron de moda en el último cuarto del siglo XIX. No solo se usaban en las fiestas, sino también en los paseos que las damiselas hacían por las avenidas para coquetear con los señoritos montados a caballo.


Supongo que una vez penetradas tales complicadas defensas, y habiendo alcanzado el cuerpo vivo de dentro, uno podía pensar en el amor físico individualizado, el cual nunca alcancé ni en Southsea ni en Midhurst. La madre Naturaleza hizo lo que pudo por excitarme y desnudaba a una aprendiza que veía bastante guapa y la señora del vestuario que era como mi hermana oficial, pero la vieja bruja compuso esta escena demasiado extraña y tan repleta de exageraciones innecesarias y circunstancias accesorias que me hizo más tímido, irreal y decoroso que nunca. Y más aún, em Southsea, las mujeres dormían en un ala y los hombres en otra. A falta de una especie de violación (*) de las Sabinas y disolución social general, no era probable que sucediera nada más. Una o dos veces en Soutsea o Portsmouth, una prostituta hizo un gesto fascinante dirigido a mi, pero un chelín a la semana como dinero de bolsillo no me alcanzaba para el amor mercenario. En Midhurst, yo no tenía ninguna compañera femenina. Mrs. Walton tenía dos hijas adultas, pero ella estaba siempre alerta sobre sus inquilinos, y un enfrentamiento lúdico que tuve con la mayor por un penique, fue severamente reprimido y reprendido por la madre, y este fue el límite que pude ir por el camino de la pasión. En vano la Naturaleza intervino y amplió la refriega en el país de los sueños.


(*)En realidad no es la violación, sino el Rapto de las Sabinas. El Rapto de las Sabinas es, a la vez, un hecho mitológico, y al menos dos cuadros, uno del pintor francés Nicolás Poussin (1594-1665), y otro del también pintor francés Jacques-Louis David (1748-1825). La leyenda dice que los primeros romanos tenían muy pocas mujeres, y para conseguir más, los romanos invitaron a los pueblos vecinos. Los sabinos acudieron con sus mujeres e hijos, y los romanos aprovecharon para raptarlas y expulsar al resto de la tribu sabina. Las mujeres aceptaron convertirse en sus esposas. Pasaron varios años, y los sabinos intentaron reconquistar a sus hijas y hermanas, pero las sabinas intentaron mediar entre ambos ejércitos, ya que si ganaban los sabinos, se quedarían sin esposos e hijos, y si sucedía al revés, se quedarían sin padres y hermanos. Ambos pueblos se reconciliaron y celebraron un banquete de celebración.

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