lunes, 27 de febrero de 2012

HG Wells y la Primera Guerra Mundial

HG Wells desde joven estuvo muy interesado en política. Su interés se desarrollo sobre todo en la Universidad de Londres, donde estudió Biología. Ya en el siglo XX llegó a presentarse dos veces como candidato a la Cámara de los Comunes y perdió en ambas. Seguramente pensaba que su éxito en ventas y popularidad le facilitaría el camino al Parlamento británico. Pero seguramente su público lector pensó que la gente que canta bien debería dedicarse a cantar, que la gente que escribe bien debería dedicarse a escribir, y así sucesivamente. Pero mientras le pedían artículos para periódicos y revistas sobre política, nunca dejó de escribirlos.

Este fin de semana terminé La caída de los gigantes, de Ken Follet. El libro narra las peripecias de un grupo de familias de varios países durante los días previos, los días posteriores y durante la Primera Guerra Mundial. La ficción de Follet, muy rigurosa y compatible con los hechos históricos, narra la vida de varios antibelicistas de varios países, un joven minero galés y su hermana, ex ama de llaves del dueño de la mina donde trabaja su hermano, la aristocrática hermana de este último, un joven diplomático alemán, un joven consejero del presidente de los EEUU, Woodrow Wilson, y un joven político londinense judío que forma parte del Partido Laborista.

En general, la izquierda británica y los sindicatos eran antibelicistas y la derecha. formada por liberales y conservadores, era pro bélica. Pero tampoco había una relación exacta entre ideología y belicismo. Un ejemplo de ello fue HG Wells. Suponiendo que fuera realmente un hombre de izquierdas, cosa discutible, Wells sería un ejemplo de ello.

El 5 de agosto, mientras expiraba a medianoche el plazo que el gobierno británico le había dado al alemán, en realidad un ultimátun y que, por lo tanto, convirtió el conflicto serbio-ruso contra Austria-Hungría en el mayor conflicto bélico desde las guerras napoleónicas, nuestro escritor estaba escribiendo un artículo para el Daily Chronicle, uno más de los muchos que había escrito contra Alemania para el mismo periódico. El mismo Wells había escrito varios artículo casi a diario contra Alemania en los varios periódicos que lord Northcliffe tenía: The Times, The Daily Mail, el ya citado y otros periódicos. El aristócrata británico era una especie de William Randolph Hearst, retratado con el nombre de Charles Foster Kane en la película Ciudadano Kane de Orson Welles. Suyos eran varios de los principales diarios más vendidos y populares del país, auténtica prensa amarilla o tabloides sensacionalistas. En una era en la que aún no existía la radio, la televisión e Internet, los diarios formaban y deformaban la opinión pública de la época. Y varios de los diarios de lord Northcliffe estaban entre los más vendidos. Y en ellos vertía sus opiniones antialemanas HG Wells. Dos de esos diarios, dos de los más vendidos, son el Daily Mail y The Times, ambos citados en la novela de Follet. También se cita en la misma a Lord Northcliffe, pero no cita a nuestro biografiado.

HG Wells había previsto la guerra varios años antes. Y especialmente previó una guerra desde finales de junio de 1914. Curiosamente odiaba el belicismo de los junkers prusianos (mezcla de aristócratas e industriales, columna vertebral de la industria, del oficialato y del generalato del ejército alemán), odiaba al kaiser Guillermo y al canciller Bismarck. Odiaba el expansionismo e imperialismo teutones, y eso unido a que no conozco ninguna expresión suya contra el imperialismo británico, le lleva a uno a pensar si más que socialista no era un nacionalista británico.

Su hijo Anthony West escribe en su biografía parcial de su padre (HG Wells, aspectos de una vida) que Wells odiaba a la aristocracia alemana, a los príncipes, duques, archiduques y grandes duques y que confiaba en que la guerra acabara con todos ellos. Pero si Wells fuera un auténtico socialista, hubiera rechazado la guerra que acabó con la vida de millones de soldados de los dos bandos enfrentados, y no con la aristocracia alemana. La Primera Guerra Mundial si acabó con la monarquía alemana de una vez para siempre: el kaiser derrotado fue obligado a abdicar y se proclamó la primera república que hubo en Alemania: la República de Weimar, la más democrática de todos los países de entonces, y mucho más democrática que la monarquía parlamentaria fundada con la Constitución Española de 1978. Claro que esta tan democrática constitución fue una imposición de los aliados vencedores, que pensando que así dificultarían la aparición de un líder mesiánico. Obviamente, no acertaron ni de casualidad. Lo único que lograron es que el pueblo alemán no quisiese esa constitución porque la vieron como una imposición de los vencedores. De este modo se facilitó la aparición de líderes mesiánicos al margen de los mecanismos constitucionales, golpistas o revolucionarios, tanto de extrema derecha como de extrema izquierda.

Pero la Primera Guerra Mundial no acabó con la aristocracia prusiana. Tanto es así que en los años treinta, un oscuro cabo austríaco que luchó en la PGM fue alzado al poder por esa misma aristocracia alemana a la que tanto odiaba Wells. Ese personajillo de opereta desencadenó la Segunda Guerra Mundial haciendo creer a los alemanes que eran una raza superior descendientes de los arios, todos supuestamente altos, rubios, de piel blanca como la leche y ojos azules, todos exactamente opuestos a su líder, bajito, de pelo negro y piel un poco oscurita.

Ken Follet también narra en su novela la aparición de la Sociedad de Naciones, germen de la ONU y que, como esta, no sirvió absolutamente para nada. HG Wells fue uno de los defensores públicos de dicho organismo internacional en numerosos artículos periodísticos posterior a la Gran Guerra. Wells escribió también numerosos artículos sobre dicha proyectada Sociedad de Naciones. Creía, en confluencia con Wilson, que dicho organismo debería de disponer de una tropa o ejército propio formado por soldados de todos los países firmantes que amenazaría a todas las naciones que fomentasen una guerra. De un modo muy parcial, esta idea fue realizada a finales del siglo pasado con los cascos azules de la ONU, que intervino en guerras como las de la antigua Yugoslavia y otras misiones de paz.

HG Wells escribió un libro sobre estos temas, The War that will End War, La guerra que terminará con la guerra, juego de palabras con el que Wells intentaba justificar la guerra. Publicado en 1914, el mismo año en que esta comenzó, tenía como propósito argumentar que la guerra sería tan grande y violenta, pronóstico suyo que fue cierto, que escarmentaría a los alemanes de provocar otra guerra para siempre jamás. Los belicistas británicos (y de paso, también los alemanes) pensaban que la guerra sería breve y poco violenta. La guerra empezó en agosto de 1914, y la gente se decía unos a otros que para navidad, los combatientes estarían de vuelta en casa. Pero pasaron cuatro navidades sin más soldados de vuelta a la isla que los muertos y los heridos. De hecho, la guerra estuvo prácticamente estacionaria durante muchos meses en una guerra de trincheras en la que ningún bando podía vencer al otro. No fue hasta que, muy al final de la guerra, cuando la guerra se decantó del lado franco-alemán al intervenir los Estados Unidos con numerosas tropas. Hasta entonces solo había ayudado a los británicos con el envío de armas y dinero. Así pues, HG Wells hizo dos previsiones con respecto a la Gran Guerra, una acertada y otra errónea: acertó en que la guerra sería larga y cruenta, y falló en que los alemanes quedarían tan escarmentados que no empezarían nunca ninguna otra más. También sería una predicción acertada que la misma guerra se desencadenó, pero eso, de alguna manera, fue una autopredicción: la guerra belicista británica, en la que Wells escribía muy a menudo, preparó la opinión pública británica para que una mayoría suficiente (evidentemente, nunca se hizo un referéndum sobre el tema) se mostrase a favor de la guerra. Si contamos esta como una predicción, serían dos las predicciones de Wells acertadas y una fallida sobre la Gran Guerra.

Pero un efecto que no previó Wells fue el radical cambio que la PGM desencadenó sobre la política británica. Hasta entonces, la política había sido cosa de dos: liberales y conservadores. Pero la gran sangría que fue para los británicos dicha guerra hizo que tras la guerra subiese al poder un nuevo partido, el Partido Laborista. Este partido se declaró abiertamente antibelicista y eso hizo que, tras la guerra, muchos británicos, independientemente de que se hubieran mostrado a favor de la guerra, votaron a dicho partido. El ascenso al poder en los años 20 se vio facilitado por el sufragio universal. En las elecciones de 1920, el P. Laborista sobrepasó al Partido Liberal, aunque el ganador fue el Partido Conservador. En enero de 1924, un exlider de dicho partido se convirtió en Primer Ministro, Ramsay McDonald, aunque no pudo completar el año. Él mismo volvió a ser reelegido y gobernó entre 1929 y 1935. A partir de la PGM, el Partido Liberal dejó de ser un partido importante y la política británica se convirtió, otra vez, en cosa de dos: conservadores y laboristas, y así continúa hasta hoy. A pesar de ello, McDonald abandonó el Partido Laborista en 1931, cuando aún estaba en el poder, y fundó un nuevo partido, el National Labour.

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