sábado, 12 de marzo de 2011

Anécdotas de la adolescencia

El libro de Wells, Experimento de autobiografía, no sigue exactamente el transcurso lineal del tiempo, sino que a veces vuelve para atrás. Por otra parte, a veces cuenta anécdotas y, no sabe o no las sitúa exactamente en una etapa u otra de su vida. Está claro que continuamos hablando de los primeros años de su vida, al menos hasta los 13, edad en la que se vio obligado a dejar su ciudad natal, Bromley. Entonces decido traducir unos párrafos de su Experimento en inglés, a partir de la página 76 de esta edición online canadiense. La traducción es propia. Traduzco desde el párrafo que empieza por My two brothers. Esta entrada amplía lo que ya escribí en esta otra.

Mis dos hermanos jugaron solo un papel muy pequeño en esa mi muy temprana evolución mental, mi fase hitleriana. Uno era 9 años mayor que yo y ya era aprendiz de pañero; el otro era 4 años mayor y estaba encaminado al mismo destino. Estaban muy alejados de mi. Mi hermano mayor Frank, fue uno de esos muchachos traviesos que mezcla mucho el ingenio con un corrosivo sentido del humor. Fue, según mi madre, una terrible cócora*. Tenía un gran interés en la maquinaria, en los fuegos artificiales y en asustar a la gente. Jugaba con los relojes y las máquinas de vapor hasta que se produjo algún accidente y la pólvora explotó. Conectó todos los cables de la campana del hotel de mi tío Tom, de modo que, sin ningún esfuerzo extra, el cliente no solo hacía sonar la campanilla* de su habitación, sino también todas las del hotel. Lo único que obtuvo Frank fue impopularidad. Vagaba por la estación del ferrocarril, adorando las locomtoras y esperando que algo sucediera. Un día en Windsor entró en una locomotora de maniobras, tiró de una palanca y no pudo volverla a su posición inicial. Se apeó cuando estaba a media milla del lugar de partida y, desde entonces, fue declarada persona non grata en los locales de la South Western Railway Company. El conductor perseguidor tuvo que pensar primero en su locomotora, por lo que mi hermano pudo escapar y sobrevivir a la aventura. Esta disposición de Frank a jugar con las palancas hizo de él un líder entre los de su generación. Una pandilla le seguía para ver en que lío iba a meterse de nuevo. Pensó que encontrarse en problemas siempre sería menos complicado si me mantenía a mi alejados de ellos. Yo no compartía esas escapadas. Freddy era un muchacho mucho más ordenado, pero fue enviado a otra escuela privada durante la mayoría del tiempo en que estuve con Morley.


[cócora*: la traducción de León Felipe usa esta palabra que yo desconocía, así que la busqué en el diccionario online de la Real Academia Española. Definición: persona molesta e impertinente en demasía.]
[campanilla*: León Felipe traduce bell por timbre, pero también significa campana. No creo que en la década de 1870 se hubiesen inventado los timbres eléctricos. Debía ser uno de esas instalaciones por las que, mediante cuerdas finas o cables se hiciese sonar una campanilla en la recepción del hotel]

Más tarde me junté con mis hermanos y tuve grandes charlas con ellos. De hecho con Frank, el mayor, desarrollé un considerable compañerismo durante mi adolescencia y tuvimos algunos días libres de caminata y charla. Pero en el momento en que estoy escribiendo esto aún no había llegado.

Nuestra casa no era una de aquellas en las que las ideas se discuten en la mesa. Los estereotipos ortodoxos de mi madre eran muy eficaces para suprimir este tipo de conversación. De este modo mi mente se desarrolló como si fuese un hijo único.

Mi relación infantil con mis hermanos osciló desde el resentimiento a la agresión. Hacía un escándalo enorme si tocaban mis juguetes o juegos y mostré un gran vigor en adquirir sus más atractivas posesiones. Golpeaba, arañaba y daba patadas en las espinillas a mis hermanos porque yo era un muchacho robusto que tuvo que defenderse; pero ellos tenían que andar con mucha precaución conmigo porque yo era un personajillo pequeño y delicado de salud que podía ser fácilmente herido y ellos estaban seguros de que acabaría por gritar. Aunque no recuerdo el motivo, en una ocasión le tiré a Frank un tenedor desde donde yo estaba sentado en la mesa y que le impactó en la frente, y tres pequeñas marcas quedaron allí durante un año o así; y tengo igualmente el recuerdo de arrojar un caballito de madera a Freddy, una ventana rota tras la cabeza de mi hermano, la irrupción del aire frío y mi cara de consternación. Finalmente dieron con un método efectivo para, simultáneamente, castigarme y silenciarme. Me pillaban en el ático, nuestro dormitorio, y me sofocaban con las almohadas. No podía gritar y me veía obligado a ceder. Todavía puedo sentir el estrés de la asfixia. No entiendo como no me asfixiaron del todo. No tenían manera de comprobar si estaba vivo o muerto debajo de la almohada hasta que no me la quitaban.


Cada uno puede sacar sus propias conclusiones, pero las mías son que Wells era, pese a los escasos medios económicos de su familia, un niño malcriado y mimado, gritón y chillón (aunque él no lo dice explícitamente, para buscar la defensa de su madre) y que le gustaba ser el centro de todas las situaciones.

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